miércoles, 7 de septiembre de 2011

10.- LA IGLESIA ESTABLECIÓ EL CANON DE LA BIBLIA

Biblia
Jesús no escribió ni mandó escribir
Jesús no mandó a sus discípulos que escribiesen sino que predicasen la Buena Nueva. Tampoco Él escribió ningún libro. Si Jesús hubiese querido que la fe viniera a través de la lectura, habría escrito Él y habría mandado escribir a sus discípulos.
Si la lectura fuera un requisito imprescindible para la salvación, la inmensa mayoría de la humanidad contemporánea de Jesús se habría perdido porque eran analfabetos.

La Biblia y la Iglesia son inseparables; antes de escribirse el Nuevo Testamento ya existía la Iglesia. Durante los primeros años, después de la Resurrección de Jesús, no se escribió la Buena Nueva sino que sólo era predicada y testimoniada por Apóstoles y discípulos del Señor.

De la predicación de los Apóstoles nació la Tradición
La Biblia fue escrita por la Iglesia y para la Iglesia, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Los Apóstoles son testigos fidedignos de la predicación y de la resurrección de Jesús y esto es lo que ellos predicaban. Antes de ponerlos por escrito, estos contenidos estaban en la Tradición de la Iglesia que es la que, desde entonces y para siempre, clarifica, explica conserva e interpreta la Biblia de acuerdo con la Tradición y con la asistencia del Espíritu Santo.

El Nuevo Testamento es la Tradición puesta por escrito
El mismo Espíritu Santo inspiró a San Pablo y a los demás autores del N.T. para poner por escrito el contenido de la predicación de los Apóstoles. Así empezó el proceso de formación del canon de los libros del N.T. En este proceso hubo que superar muchas dificultades, pues, fallecidos los Apóstoles y discípulos de Jesús, que habían sido los testigos presenciales, surgieron una pléyade de evangelios y epístolas que pretendían ser inspiradas, pero que en realidad eran falsas y sembraban la confusión y promovían las herejías.
El primer intento para decidir el canon de libros inspirados se la conoce con el nombre de La Lista de Muratori, ya que fue él quien descubrió el pergamino en el siglo XVIII; la lista contenía: los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, trece Cartas de San Pablo y el Apocalipsis, no incluía la Carta a los Hebreos ni las Cartas de San Pedro (¿?)

El canon de libros incluidos en el canon de la Iglesia fue surgiendo poco a poco.
Así en el concilio de Roma, bajo la autoridad del Papa español Dámaso (303-389) aparece la primera lista de la Iglesia universal.
En los concilios de Laodicea (363), de Hipona (393) y de Cartago (397) se decidieron los 27 libros que figuran como canónicos en el Nuevo Testamento.
En el mismo concilio de Cartago aparece, en el canon número 36, la lista de los libros admitidos como canónicos pertenecientes al Antiguo Testamento.
Así se desarrolló la Biblia; fue un proceso humano el que, guiado por el Espíritu Santo, indicó los libros que eran inspirados, separándolos de otros muchos que no merecieron tal consideración por no contener la verdad tal como la había revelado Jesús.

¿Quién tiene autoridad para establecer el canon e interpretar la Biblia?
Sabemos que Jesucristo dio a Pedro el poder de guiar a su Iglesia. “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 17) “Confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32) “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18)
Los fundadores de todas las sectas no han recibido ninguna autoridad de Dios para “apacentar las ovejas” , ni para “confirmar a los hermanos”, ni sobre ellos ha sido edificada la verdadera Iglesia de Cristo. ¿De dónde sacan su autoridad para interpretar la Sagrada Escritura?
Los católicos tenemos como gruía y pastor de la Iglesia al Papa y su autoridad le viene del mismo Cristo, a través de la sucesión apostólica. Del Papa podemos remontarnos a su antecesor y así sucesivamente hasta llegar al primer Papa, San Pedro, quien recibió la autoridad directamente de Jesús. Ninguna secta puede decir lo mismo, pues, al remontarnos de presidente en presidente, únicamente llegaremos al fundador de la secta y no a Cristo.

¿De quién han recibido los fundadores de las sectas la autoridad que dicen que tienen? No de Cristo, sino de ellos mismos.

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