sábado, 2 de julio de 2011

1.- INTRODUCCIÓN AL CICLO SOBRE LAS SECTAS

Muchos, por dinero,
hacen cualquier cosa
Vivimos en el mundo de la globalización económica, informativa y religiosa. No hay fronteras para los capitales, para los medios de comunicación, ni para las diferentes religiones; unos y otos circulan libremente por las diversas capas de la sociedad.
Vivimos en un clima que favorece la pluralidad religiosa y cultural; pero, al mismo tiempo, asistimos a un incremento del fanatismo que considera las ideas del propio grupo como las únicas verdaderas, generando intolerancia sobre los que ostentan ideas diferentes.
En la globalización coexisten dos realidades opuestas: la pluralidad religiosa como principio y la intolerancia de ciertos grupos que violan hasta los más elementales derechos humanos.

Es frecuente en muchos grupos pseudoreligiosos y pseudocientíficos la inducción de enfermedades mentales, la práctica de la violación, el abuso sexual de menores y el robo del patrimonio de los adeptos mediante el fraude organizado.
Son miles y miles las familias que, en alguno de sus miembros, tienen que lamentar varios de estos hechos tan lamentables. Son muchos los esposos que han perdido a su esposa, inducida por una de estas fatídicas organizaciones, quedando los hijos en el desamparo maternal y en la penuria económica por los “donativos” que la madre ha hecho a la secta.
Son muchos los padres que han visto destrozada la vida de uno de sus hijos por haber sido captado por una secta.

La multiplicidad de grupos y el confusionismo reinante en el tema de las sectas, así como los diversos grados de peligrosidad social de las mismas son motivo suficiente para reflexionar sobre ellas y tratar de identificarlas desde diversos puntos de vista, tales como la medicina, la sociología, la teología, la psiquiatría y la psicología clínica.
No se puede caer en la ligereza de catalogar como secta a cualquier agrupación o corriente ideológica, generando a su alrededor un clima de intolerancia, rechazo y hostilidad.

Tampoco podemos contentarnos con el sentido peyorativo que tradicionalmente se ha dado a la palabra “secta”, como herejía doctrinal. A partir del suicidio colectivo de Guyana, en 1978, la carga negativa de la palabra “secta” no sólo aumentó sino que cambió cualitativamente, pasando a ser una agrupación antisocial, siniestra, de conducta fanática y peligrosa.

Para ser científica y éticamente correctos hay que repensar el significado de la palabra Secta, tanto para no atribuirla, simplemente, a cualquier grupo, como para no caer en la trampa de eliminarla del lenguaje común y sustituirla por “Nuevos Movimientos Religiosos” o términos parecidos, sin tomar en consideración su potencial peligro para la sociedad.
Ciertamente es un abuso de la palabra “secta” usarla para descalificar por igual a minorías religiosas que no se adaptan a la religión mayoritaria o a la impuesta por el Estado, como sucede en varios países islámicos, o en América Latina con los defensores de la Teología de la Liberación. Pero también es abusivo pretender pasar por alto el nuevo significado de la palabra, como representativo de conductas grupales antisociales y fanáticas realizadas por organizaciones engañosas que fomentan el fanatismo irracional y sacralizan el delito.
Antes se ponía el énfasis en la desviación doctrinal, ahora, sin olvidar esta desviación, se pone el acento más en el extremismo y en la conducta antisocial y peligroso.

Estas consideraciones son las que me han llevado a reflexionar seriamente sobre las sectas y a escribir un ciclo de reflexiones sobre las mismas.
Veremos el origen de la palabra “secta”, varias definiciones de la misma, cómo poder identificar si un grupo es una secta o no, hablaremos de las sectas de origen religioso si son iglesias y si son cristianas, hablaremos de las sectas destructivas, de las técnicas que emplean para captar adeptos, nos preguntaremos por qué existen las sectas y daremos la respuesta que los católicos debemos dar ante el fenómeno de las sectas.

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